En esta segunda novela de la trilogía póstuma de Roberto Castillo que inició con El ángel de todas las lenguas, un personaje escritor que «vive» en la rama de un árbol de mango, como Cósimo Piovasco di Rondò, el protagonista de El barón rampante, de Ítalo Calvino,emprende «un viaje extraordinario hacia aquello que la ciudad desconocía de sí misma». Se trata de un viaje de naturaleza onírica que le permite al autor representar a Tegucigalpa, llamada también aquí, según las circunstancias, la Ciudad Antigua, la Ciudad Media, la Ciudad Modernista o la de la Tinta del Olvido, como ese espacio en el que su personaje, el «ilustre habitante de la rama», se ejercita en el arte de la observación y el consecuente juicio sobre lo observado. Mientras tanto, se mezcla con sus habitantes —todos ellos, personajes curiosos con nombres extravagantes— entre saltos por el paisaje urbano, que a veces no corresponde a Tegucigalpa sino a Argentina o a España, pero que, ante todo, es el fascinante paisaje de los sueños y de los prodigios.
Este flâneur «se plantea interrogantes de carácter diverso, predominantemente literarias e históricas, que tienen que ver con la relación entre el individuo y el medio al que pertenece», «establece una relación particular con la mirada, se comporta como un detective, observando a la ciudad, su devenir, sus dinámicas». «En el contexto de la obra publicada de Roberto Castillo, Viaje a través de los prodigios se define por la originalidad de su carácter elusivo, por su prosa líquida, casi inasible, cuyo sentido último se desdibuja conforme avanza nuestra lectura; no obstante, al alcanzar la última página nos invade la certeza de que hemos realizado el más enriquecedor de los recorridos». —MARIO GALLARDO