La vida hay que aceptarla y experimentarla tal y como es, sin ataduras ni obstáculos morales que lo único que consiguen es condenarnos a un sufrimiento absurdo e innecesario. Para el extraordinario filósofo Friedrich Nietzsche, los conceptos erróneos que nos han inculcado desde el principio de los tiempos nos abogan a un ensayo de la vida superficial, enmascarado y decadente. Siguiendo las pistas de un árbol genealógico virtual, nos damos cuenta de que las fuerzas de la moralidad se han ido adaptando maléficamente para encorsetarnos y privarnos de una libertad que, en sí misma, debería ser la única forma vida. De esta manera, nos percatamos de que los términos «lo bueno» y «lo malo», entre otros, se han ido transmutando a lo largo de los siglos con la finalidad de manipularnos, controlarnos y dirigirnos. Todo ese peso ético ha degenerado en el sentimiento de culpa, mala conciencia y otras formas sutiles con las que nuestra mente nos castiga de una forma estudiada y programada.